Soy Egresado

Septiembre de 2017

Tema de la edición: Sesquicentenario

EL EDIFICIO 303

Por: Gastón Enrique Patiño Mattos
Arquitecto
Universidad Nacional de Colombia
gastonpatinom@yahoo.com

Artículo escrito con motivo del Sesquicentenario de la UN, para la revista de los egresados.

Para ver una retrospectiva de la Arquitectura, he vuelto al Alma Parens y encuentro, sorprendido, que han comenzado la demolición del Edificio 303. Este número será, con los años, otra estadística en el inventario de inmuebles de la Universidad Nacional de Colombia. Ante esto, me surge la pregunta: ¿Debemos refugiarnos en nostalgias pretéritas para reforzar esperanzas futuras? Es posible. Para aquellos que fuimos vivencia en sus aulas por los años sesenta, guardamos la esperanza de que surja una gran Facultad para los arquitectos del futuro.

No obstante, para los de mi generación, es imprescindible volver a evocar a quienes fueron directivos, formadores, compañeros y quienes influyeron, de una u otra forma, en nuestra vocación; puesto que, con ese grupo recorrimos el camino de nuestra mocedad. Ahora, las directivas de la Alma Mater convocan a un concurso arquitectónico para la nueva sede de la facultad de Artes. Se presentan a él los más reconocidos arquitectos de la época y, en un controvertido veredicto, resulta ganadora la firma Rubio Medina Herrera; el segundo lugar es para el Arquitecto Fernando Martínez Sanabria y su grupo de colaborares. Pero el motivo de esta reseña no es la planta física que hoy desaparece, es evocar a esa nómina de lujo, irremplazable e irrepetible en toda la historia de las facultades de Arquitectura en Colombia.

Lo integraban un escogido grupo de jóvenes arquitectos, en los cuales se conjugaban una inocultable vocación humanística, un amor irredento a la profesión y un bagaje cultural adquirido en sus viajes y especialización en el exterior. Cuando, en alguna ocasión y en pleno Taller, la controversia tomaba el rumbo del lenguaje arquitectónico, escuchar polemizar a Fernando Martínez con Arturo Robledo o a Hernan Vieco, Guillermo Bermúdez con Rogelio Salmona era todo un razonamiento constructivista de las tendencias en boga. Se debatían los movimientos arquitectónicos, la pureza en la volumetría, la generosidad en los espacios o el tratamiento de los materiales en las fachadas. Cómo olvidar las mesas redondas con Marta Traba, Gil Tovar, y los españoles Antonio Roda y Luis Borobio; todo ello era un recorrer inteligente y formativo por los vericuetos del Arte y las culturas. Los profesores de Taller fueron Roberto Londoño, Eduardo Mejía, Dicken Castro, Enrique Triana, Julián Guerrero y muchos que se me escapan. Los más granados entre los ingenieros: el Maestro Otto de Greiff, Francisco Ruíz, el calculista de estructuras Antonio García, Gabriel y Rafael Serrano. Y cómo no recordar al profesor Camilo Mayo y a Hernando Pinzón Isaza en sus clases de construcción. La puntualidad y exigencia germanas de Leopolodo Rother y más tarde de su hijo Hans.

Hay dos momentos inolvidables en ese acaecer: el día que me entregaron el carné que me convertía en alumno regular de la Facultad de Arquitectura y el día que recibí el cartón que me acreditaba como Arquitecto; de esto, fueron testigos el Rector, Luis Montoya Valenzuela; Eduardo Mejía Tapias, decano, y Fernando Martínez Sanabria, director de tesis (18 de junio de 1965). En mi biblioteca, conservo el libro de Rogelio Salmona Mordols, con el afecto con el que guardan los toreros su relicario, pues Salmona me lo autografió poco antes de su muerte.

Para finalizar, acudo a las palabras pronunciadas por Alfredo Molano, al recibir, hace poco, su Honoris Causas: “Aquí nos formamos, aquí se caldearon nuestros sueños, aquí aprendimos a encarar el futuro. Se abandona el Campus pero no se va lejos”.