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De Miraflores para el Mundo

Por: María Camila Moreno Porras

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Trabajadora Social

Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá

Atardecer en el río Vaupés a la altura de Miraflores.

 

Potrillo, medio de transporte tradicional del municipio

Miraflores, un pequeño municipio en la mitad de la selva del Guaviare, justo al lado del rio Vaupés, de atardeceres mágicos; donde solo es posible llegar en avión porque la carretera es, como se diría coloquialmente, una “trocha” y el viaje no solo es largo sino peligroso. Miraflores, bastión de las FARC durante la época fuerte de la violencia, donde la coca se manejaba como moneda de cambio y había tanto dinero que se derrochaba en las cosas más absurdas. Miraflores, abandonada y militarizada, golpeada por la guerra como muchos otros municipios de nuestro país. Sangrante, asustada. Pero ante todo, Miraflores renaciendo, tratando de salir adelante, con sus veredas y resguardos, llena de personas en busca de oportunidades que les son negadas por el contexto especial en el que se encuentra.

Llegué al municipio de Miraflores, el 15 de enero de 2018. Vine a ejercer como trabajadora social, con un operador del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar en una estrategia dirigida a construir entornos protectores para niños, niñas, adolescentes, padres y docentes de esta comunidad, enfocada básicamente en la implementación de talleres que trataran temas como derechos de los niños, ciudadanía y participación, vinculación afectiva, entre otros.

Llegar al municipio significó para mí, entender que el abandono estatal es más profundo de lo que en las ciudades se puede imaginar. Comprender que no hemos logrado incidir satisfactoriamente en los territorios donde más necesitan de nuestras labores, y que, si es posible acercarse a la comunidad, se realiza a través de interacciones limitadas y condicionadas. Papeleo, cifras, informes que reflejan que los programas y las estrategias se están aplicando pero que no reflejan si hay resultados reales respecto a las problemáticas que se supone atacan.

Arcoíris en la inspección de Buenos Aires, vereda de Miraflores

Comprender que, para cambiar estas realidades, es necesario una intervención radical, profunda, a una comunidad que por años no ha encontrado más apoyo del estado que la militarización de su cabecera, y cuyos esfuerzos por plantearse algo distinto se han visto truncados por la falta de presupuesto que es como una enfermedad para nuestro país. Enfermedad cuyas consecuencias en este pequeño lugar del mundo son: instituciones educativas decadentes, con docentes mal pagos que luchan por educar a niños, niñas y adolescentes cuyas situaciones familiares son complejas, gracias al desempleo y a los sueldos paupérrimos que sus padres ganan, y con el cual deben mantener familias de hasta ocho personas; sin contar además, con las crecientes problemáticas sociales y culturales de drogadicción, alcoholismo, la falta de educación sexual que desencadena embarazos indeseados y enfermedades de transmisión sexual, violencia intrafamiliar, entre otros; y que no encuentran una solución aparente en ninguno de los organismos municipales.

Fauna del municipio de Miraflores.

Son en estos territorios donde nuestras labores y accionares se hacen indispensables. De profesionales que hemos sido formados no solo para ejercer con conocimientos y saberes aprendidos de la academia, sino para servir como seres humanos, como ciudadanos a territorios, comunidades y personas que se encuentran atrapadas en contextos que no les brindan más oportunidades que las de ser “raspachines”, guerrilleros, soldados o policías.

Es en este punto, donde se resalta y adquiere valor el sentido crítico y humanitario que es característico de los profesionales egresados de la Universidad Nacional. Es este un espacio para seguir defendiendo la educación pública y de calidad, que hoy más que nunca profesionales como nosotros son necesarios en cada rincón de este país, para seguir descubriendo, viviendo y construyendo en carne propia las comunidades y las regiones, no solo a través de los libros.