Construcción de Redes de Apoyo e Intervención del Egresado UN en tiempos de Crisis

En el ojo del huracán

De repente todo era caos y confusión, algo que se veía remoto hace meses se hizo realidad frente a mis ojos. Sabía que sería difícil, que la ciudad estaba lejos de estar preparada para una pandemia, pero nunca imaginé la dimensión alcanzada.

Cada día llegaban noticias de más personas que no le habían ganado la lucha al virus o al deficiente sistema de salud. A diario las noticias voz a voz, que superaban a las que se veían en redes o televisión, eran más difíciles de creer y, por ende, más dolorosas. Para mí fue difícil entender que el drama no era ni siquiera intentar salvar vidas, sino manejar la cantidad de cadáveres en la ciudad.

Entonces, el panorama se me había nublado, algunos días estaba tan negativo que hasta yo mismo me daba pereza. Por lo que de repente estaba sumido en todo el drama de la ciudad sin alcanzar a ver mis privilegios, como estar junto a mi familia y encontrarnos sanos, condiciones favorables en las cuales pasar el aislamiento y comida sobre la mesa.

Luego, en algún momento, me di cuenta de que había perdido el control y caído en picada con la situación. Vivía un drama que no era mío directamente, si bien era lógico que me doliera y pusiera triste, pues eran vidas las que se estaban extinguiendo, no estaba bien que me paralizara y condujera a una depresión; revelación que me llevó a pensar en aquello de lo que tenía control y de lo que definitivamente no.

Así, con una claridad meridiana, se empezó a despejar mi visión y entendí que podía ayudar; no necesariamente a gran escala, pero sí a la gente a mi alrededor. Con la situación generada por el encierro me percaté de que todos necesitamos soporte en diferentes aspectos y que cualquiera puede colaborar. De modo que empecé a identificar personas cercanas que necesitaban auxilio financiero o emocional y, en la medida de mis capacidades, empecé a apoyarlas.

Por medio de esto comprendí que lo que para algunos es poco, para muchos otros es la diferencia entre un día bueno o malo. Y no me refiero solo al dinero, lo hago a una charla en donde te escuchen, en la que puedas sacar lo que sientes y que tal vez no puedes mencionar en otro lugar, ya que eres la cabeza de un grupo de trabajo o familia. Es decir, una conversación positiva en medio de tantas malas noticias. De igual forma, darles la posibilidad a las personas de trabajar de una manera diferente para no afectar sus ingresos o generar pagos anticipados a todos aquellos que, en el momento de la pandemia, veían como sus esfuerzos de años de trabajo se venían al piso por la imposibilidad de salir de sus casas.

Después intenté replicar esta acción con un grupo de exalumnos del colegio y se logró que varios compañeros externalizaran cómo se sentían y qué pasaba con sus vidas. Además, analizamos la situación que estábamos atravesando como comunidad y pensamos en las formas con las que podríamos ayudarnos entre nosotros, y así creamos un fondo para ofrecer algunos auxilios a quien los llegara a necesitar.

De tal manera comprobé que somos más los que queremos y podemos colaborar; solo que a veces no encontramos la manera o creemos que es necesario tener mucho para hacerlo. Así mismo, percibí que ser empático y pensar en los demás es un beneficio tanto para el que recibe como para el que da.

Al final entendí que un pequeño acto de bondad y empatía se puede convertir en un gran alivio y felicidad para otros, pero también para nosotros mismos.