“Mujeres de Grandes Lecciones”

De la costumbre al estupor

¿Cuántos sueños se fabrican en un recóndito laboratorio llamado aula de clase? Desde la discreta labor educativa se va dando vida a las ilusiones y se van tejiendo relaciones interpersonales a través del conocimiento; así trabajan arduas horas esos alquimistas llamados profesores, quienes pueden hacer brotar oro incluso del silencio particular de sus estudiantes.

Lo anterior me llevó a cuestionarme si esas aulas son en realidad lugares físicos que constan de tablero y sillas, o si podrían ser un bien de patrimonio inmaterial, que diseñado por el profesor puede dar vida a las ilusiones personales de cada estudiante. De esta forma, no sería más un espacio inerte para recibir información, porque donde haya un profesor, habrá academia.

Eso lo noté al ser despertada una mañana por las voces de unos desconocidos que irrumpían mi sueño y que se habían adueñado de la casa; salí de mi habitación para descubrir que había una centena de estudiantes y un edificio enorme que una filósofa egresada de la Universidad Nacional de Colombia había logrado trasladar a la sala de mi casa.

Indagué un poco y alcancé a percibir que aquella filósofa le hablaba al computador, más específicamente a unos nombres flotando en la pantalla, pero cómo saber si significaban algo, o eran solo letras inertes. Aun así, ella continuaba hablando. Yo me hubiese desesperado; sin embargo, he ahí por qué no tengo el honor de llamarme profesora, y menos de las que logran transformar el silencio en oro. Ella sí, porque con total calma, y como si fuera una sesión de espiritismo, pregunta: “¿Están ahí?”. Luego alguno de esos nombres nebulosos en la pantalla emite una tenue voz: “Profe, repítame la pregunta”. Ella, como buen orgullo UN de la Facultad de Ciencias Humanas, no responde con un sí o un no, sino que surge un chispazo, una pregunta: ¿Podremos humanizar lo que sería imposible humanizar, podremos asombrarnos de lo habitual?

Así que mientras simulo “tomar el desayuno sin probar ni gota de él”, como evoca el poeta César Vallejo (2003), me quedo por curiosidad y sin haberme inscrito en la clase; ya hago parte de una academia que se instaló en mi sala. La respuesta no vino de discursos de esta profesora que miro de reojo, como redescubriéndola, sino desde la dulzura, desde lo que sería una cátedra de la fraternidad.

Jamás me había dado cuenta de un privilegio que tengo: conocer en persona a una alquimista que puede hallar un tesoro invaluable y único en los estudiantes, quienes ni siquiera eran consciente de poseerlo. Los inspira a que en la búsqueda de un proyecto se encuentren como seres humanos en formación; no para ejercer una carrera sino un servicio.

En ese momento tiene la atención completa de sus estudiantes, y poco a poco cada nombre sin vida en el computador empieza a tener la calidez que da la voz; la profesora ahora les ha hecho pasar de la costumbre al estupor, como mencionaba el papa Francisco (2021) sobre la necesidad del asombro como la clave para vivir.

Este proceso que ha nutrido mis desayunos me ha llevado a conversaciones que no creí tener con una profesora de filosofía y que una vez se desvanece el aula, me dice: “¿Qué tal te pareció la clase?”. Le digo: “no, mami, no presté atención”. Ojalá no se entere que soy uno de esos nombres que flotan en su pantalla, que anhelan aprovechar su voz para ser parte de la nueva academia que surge en la sala de mi casa y que yo, sin haberme inscrito, soy la primera en ingresar.

Referencias:

• Francisco. (2021). Celebración del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor. Homilía del Santo Padre Francisco. Basílica de San Pedro. 28 marzo 2021. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2021/documents/papa-francesco_20210328_omelia-palme.html

• Vallejo, C. (2003). Trilce. Edición de Julio Ortega. Madrid, España: Editorial Cátedra – Colección Letras Hispánicas.