Enfermería: vivir para otros.
Por, Diana Carolina Cristiano Castelblanco
Enfermería
Facultad de Enfermería, Universidad Nacional de Colombia.
dccristianoc@unal.edu.co
Puedo afirmar con alegría que si preguntan a alguno de mis compañeros de trabajo de los últimos seis años por algún ser humano que se parezca a un animalito, o más bien a un insecto, y para ser más exactos a una hormiguita, me recordarán no solamente a mí, sino a muchas enfermeras que han dejado huella en sus mentes y en sus corazones. Somos cada enfermero responsable de nuestras colonias; familias, equipos de trabajo. Gremios y asociaciones dependen de nuestro don organizativo que resulta siendo un tesoro escondido y que descubrimos en nuestro ser a medida que vamos explorando el quehacer cotidiano.
Ya hace seis años que obtuve mi diploma como Enfermera de la Universidad Nacional de Colombia, seis años aplicando la teoría a la práctica, seis años integrando los conocimientos académicos con el sabor de la vida; seis años como mujer, madre, hija, amiga, esposa, compañera y colega; seis años como jefe, jefe de mi vida, jefe de mi hogar, jefe de mi grupo de trabajo, jefe de mi presente. Porque más que las habilidades técnicas y los conocimientos adquiridos en estos seis años, mi alma experimentó dolor, sufrimiento, indignación, alegría, satisfacción, esperanza y tantas emociones humanas, que doy gracias a Dios, quien me puso en este camino: un ser humano cuidando a otro ser humano. Es mi vocación ayudar al prójimo y estoy convencida de que estoy en el camino correcto, pues es mi profesión que me permite vivir para otros.
No sé si en alguna otra disciplina se pueda tener una práctica tan experimentalmente humana como enfermería, o que otra puede sentir la vida y la muerte en sus tantas dimensiones y paralelamente como nosotros, que podemos recibir con alegría cada ser humano que nace, presenciar la primera vez que sus párpados descubren el misterio de ese nuevo ser y casi que al mismo tiempo sentir el dolor y la angustia de alguien diagnosticado con cáncer, y luego conmovernos con el último suspiro de otro humano que parte de esta tierra material, hacia el mundo de las ideas y los pensamientos; hacia el planeta de lo que es pero no se ve. Aunque mi experiencia ha sido netamente clínica, en estos seis años he aprendido que definitivamente es cierto que “es mejor prevenir que lamentar”; prefiero cuidar y no sufrir, y es el mensaje que intento difundir entre quienes me conocen.
Ahora, después de tantas fiestas, luego de haber usado el traje del servicio, el de la frustración, el del confort y el de la insatisfacción, crearé mi propio traje reutilizando piezas de los anteriores y seré “Transformación”. Transformaré mi mundo, y como dice una de mis estimadas colegas: “Cambiaré el pedacito de mundo que me tocó a mí”. El mundo no necesita un cambio material, necesita un cambio mental.
Estudiar me dio conocimiento, pero vivir me dio energía; la energía que impulsa nuestro ser creativo, la energía que genera ideas y que nos transforma. Pero ¡cuidado!, que no se nos olvide escuchar nuestro corazón, es él quien entiende el lenguaje de lo que realmente importa en este corto ciclo de nuestra existencia, es él quien marca los segundos de nuestro tiempo de vida. Recuerdo cuando mi padre, un conductor de bus público, me decía que quería que yo fuera profesional, recuerdo cuando yo pasaba frente a la Universidad Nacional y anhelaba con toda mi alma estudiar en ella, también con algo de vanidad (lo confieso) recuerdo cuando fui admitida y con mucho orgullo les manifesté a mis compañeros de colegio mi aceptación, ¡parecía que me había ganado la lotería!
De mi familia, de mi generación fui la primera profesional, y a partir de aquí, la educación es para nosotros igual de importante que el pan de cada día; y es que desde pequeña he sido un ejemplo a seguir. También en mi trabajo soy una líder de ejemplo, pues creo que el buen actuar vale más que intentar hacer escuchar a quienes no tienen oídos, y, no estoy juzgando, pues yo me declaro sord; somos sordos sociales contaminados con el ruido de la sociedad. Soy capaz de transformar mi pensamiento crítico en acciones eficientes y verdaderas.
Con alegría afirmo que a los egresados de la Universidad Nacional se nos reconoce precisamente por esto, la humildad y la sinceridad con que sembramos en otros la capacidad de dimensionar la realidad y sus problemas, y a través de la reflexión intentar cambiar la sociedad con soluciones efectivas. Porque es ese el sentido de ser profesionales, contribuir al buen desarrollo de nuestra sociedad. Nuestras experiencias y lo mejor que hagamos de ellas es la mejor retribución que podemos ofrecer a nuestra Alma máter.
A los futuros egresados solicito AMAR A LA UNIVERSIDAD, y a todo lo que ella representa pues es el espejo de Colombia, es nuestro hogar, es nuestra conciencia.
Aprovechen todo el tiempo posible así como todos los beneficios que se nos ofrece no solamente dentro del campus sino en sus extensiones, no esperen seis años para comprender cuál es su propósito, es el momento de reflexionar y meditar en esto, nuestra sociedad necesita una transformación y la necesita ya.