Mis trotes por la UN y por la vida
Por: Mario Mesa Gutiérrez
Geólogo
maratonandina@gmail.com
De las primeras cosas que nos enseñan las rocas cuando se empieza a estudiar Geología es que el tiempo tiende al infinito, apilado en miles y millones de años, y, a la vez, se comprende lo opuesto: Que la VIDA HUMANA es tan solo un efímero destello en la Noche de los Tiempos.
Mis hojas de calendario marcarán 50 años en 2017, y es tiempo de repasar el camino recorrido, y agradecer a la vida por esos años maravillosos que viví en el Edificio Manuel Ancízar, avanzando por los semestres de una gran carrera, entendiendo, de la mano de grandes maestros, como los Doctores Fernando Etayo, Rubén Llinás o Darío Forero, los procesos que hacen tan dinámico nuestro planeta y poder aplicar ese conocimiento al progreso de la industria y del país.
Esa formación integral, que tenemos la fortuna de recibir en la Nacional, en mi caso vino muy asociada a la gran pasión por mi deporte: el Atletismo, que había practicado en mis años de Colegio en mi natal Sogamoso, pero que, por mi traslado desde la Provincia a la Capital, llegué a dudar que pudieran seguir.
Fue un día de mediados de primer semestre, cuando vi, al salir de la Universidad, un aviso que decía “CHEQUEO INTERNO UN, Pista del Estadio Alfonso López”, invitando a competir el siguiente sábado en los 800 metros planos, cita a la que acudí con algo de temor, temor de descubrir nuevos caminos. De ese primer Chequeo Atlético salió fortalecido mi gusto por correr, y vinieron muchas experiencias gratas de esos trotes, los cuales complementaron muy bien mis pasos por la Academia. Hoy, mi vida tiene grandes recuerdos de esos chequeos atléticos, de las salidas de integración que nuestro gran líder, Albano Ariza, solía organizar para foguearnos con atletas de otras ciudades como Villavicencio o Ibagué, recuerdos de los Campeonatos Nacionales de ASCUN, en los que tratamos de dejar en lo alto del podio a la UN.
Considero que esa vida universitaria en la Ciudad Blanca me permitió una formación integral, así como se lo permitió a quienes tenían otras aficiones, haciendo que la vida profesional fuera mucho más completa, más rica en experiencias; poder transmitir y compartir con la familia esas vivencias es parte del legado que debemos dejar en este breve paso por la vida.
Al ingresar a la vida profesional en abril de 1995, cada vez estaba más “lejos” el Estadio Alfonso López; no obstante, el Espíritu Deportivo seguía latente; es así como, en noviembre de 1997, en un viaje de trabajo a Estados Unidos, con escala en Nueva York, el fin de semana del Maratón me permitió ver desde el andén ese gran carrera, que para mí, corredor de 800 y 1500 metros planos en pista parecía eterna: 42,195 metros en los que, bajo una inclemente lluvia, vi pasar por la meta, dos horas después del primero, a personas con una gran sonrisa. Ahí decidí “migrar” de la pista al Maratón, siendo mi debut en esa misma carrera de Nueva York, en 1998.
Ese debut marcó un maravilloso camino, puesto que volví a Nueva York para las Maratones de 1999 (mi mejor marca hasta hoy 2 horas 51 minutos 44 segundos), 2000 y 2006, y empecé a explorar nuevas metas de carrera de gran ciudad, las cuales me llevaron a las maratones de Londres, París, Chicago, Miami, Berlín, Buenos Aires, San Diego, Villavicencio, Roma, Atenas, Medellín, Tokio, entre otras. Hoy, esos nombres, más que ciudades del mundo, significan para mí muchas experiencias de vida, pues, más que la meta, representan ese camino que se recorre preparándola y las personas que se conoce en ese proceso, forjándose grandes amistades.
A algunas de esas metas he vuelto recurrentemente, tienen cierta magia que invita a volver; la que se quedó en mi corazón desde 2003 es Boston, una centenaria de gran tradición, como lo es mi querida Universidad Nacional; por ese mítico recorrido han pasado muchas generaciones de atletas, desde su primera edición en 1897. En abril de 2017, completaré mi décimo tercera Boston, el proceso para cupo a esa maratón es exigente, se requiere marca mínima lograda en otra maratón, lo que hace que ese “diploma” imaginario de BOSTON QUALIFIER y la satisfacción de ser aceptado son muy valorados por nosotros los maratonistas, así como es valorado por los aspirantes a ingresar a la UN la noticia de aceptación, y el horizonte de posibilidades que se abren al ingresar a primer semestre.
Unas de las experiencias más duras que he tenido en ese mundo de trotes, fue el lunes 15 de abril de 2013. Una semana antes, había corrido la maratón de París y estaba en Boston cruzando la meta para completar dos medallas en una semana, tarea cumplida. Luego de pasar la meta fui por mi cámara fotográfica y me acerqué a zona de meta a tomar fotos en ese sitio tan especial, a capturar con mi lente las sonrisas de satisfacción, las lágrimas de felicidad de los maratonistas. Sin embargo, en un instante, las lágrimas pasaron a ser de tragedia, el olor a pólvora y sangre, y dos nubes de humo fúnebre apagaron la felicidad. A pesar de ello, Boston Marathon resurgió, 2014 fue el año de reivindicar nuestro compromiso con el deporte, allí estuve, con otros miles de corredores en esa peregrinación a la Meca del Maratón, y mientras la vida me lo permita, seguiré volviendo.
A medida que avanzan los días de mi calendario voy explorando nuevas distancias: en 2009, empecé a correr Ultra-maratones, en esa ocasión, 238 Km en cuatro etapas, entre Paipa y Bogotá, con dos amigos; recientemente, mi camino ha pasado por la ultra de Comrades (89 Km) en Sudáfrica, donde he completado dos (2015 y 2016); hace unas semanas, competí 115 Km en Lake Tahoe (USA) y, en abril de 2017, será agitada la agenda, corriendo la Ultra de Two Oceans en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) y dos días después mi Boston Número 13.
En esos ires y venires a pie, siempre ha estado presente mi querida UN, he vuelto, de vez en cuando, a entrenar por esa vuelta a la U, la cual tantos bonitos recuerdos me trae cuando era mucho más veloz que hoy, la Pista del Estadio Alfonso López es hoy mi campo de entrenamiento, al menos, una vez por semana. En septiembre pasado, celebré mis 49 años dando esa cantidad de vueltas en esa pista, y, en septiembre de 2017, serán 50 las vueltas.
El pasado sábado 3 de diciembre de 2016 pude volver a otros espacios de la U; por primera vez en mi vida, pude almorzar en la Cafetería Central, esta vez con mi esposa y mis hijos, y asistir en la Plaza Central a un muy bonito concierto que nos prepararon a los Egresados; esa tarde, aunque pasada por agua, sirvió para sentir la calidez, la fraternidad que nos une a quienes tenemos el orgullo de ser Egresados de la Universidad Nacional de Colombia, un título que se lleva en el corazón. En el 2017, quiero seguir corriendo mis maratones, y quiero “correr” de nuevo al llamado del próximo Encuentro de Egresados.