“Habilidades Blandas en el Ejercicio de la Profesión"

Rehabilitando Desde La Física, Acompañando A Sanar Desde La Palabra

Hace 14 años inicié ejerciendo mi carrera en una rama de la veterinaria poco conocida en esa época, entre aparatos y ejercicios en casa, me fui integrando al rol de fisiatra de pequeños animales. Me centré en los conocimientos adquiridos en la universidad y en el curso que tomé en Buenos Aires. Mis días transcurrían de casa en casa, atendiendo a las mascotas, aliviando su dolor físico y oyendo mil historias de vida que, en ese momento, no tenían sentido para mí. Incluso, en algunas ocasiones, era molesto oírlas, en mi mente de médica veterinaria no había espacio para ellas. En la academia nunca me habían preparado para tratar con familias; me proporcionaron todas las herramientas para ser una excelente clínica y desempeñarme de forma extraordinaria en la medicina. Poco a poco, empecé a comprender el verdadero papel que la vida me había asignado.

Un día, como por arte de magia, comencé a escuchar en lugar de sólo oír. Mis sentidos se disponían a estar presentes en la terapia: observar con atención, escuchar activamente y comprender el verdadero sentido de "la enfermedad" de "la mascota" dentro de la familia. Estos seres maravillosos fueron evolucionando de un papel de compañía a miembros de familias interespecies, a menudo mostrando desequilibrios y, en otras ocasiones, haciendo visible las enfermedades del clan.

Cuando empecé a comprender esto, aumenté mi esfuerzo y dedicación para prestar atención plena a cada historia que me contaban. En algunas casas empezaron a tratarme como a un miembro de la familia, en otros casos me convertí en la confidente y, en ocasiones, fui quien aportó una visión diferente a las situaciones y una mirada más allá de un proceso de enfermedad.

A través de mi nueva habilidad para escuchar, mi paciencia y mi comprensión de la singularidad de cada hogar, y por supuesto, del alivio qué proporcionaba a estos seres que llamamos animales, siento que la vida me ha encaminado hacia la sanación, no solo del cuerpo físico de mi paciente, sino también de toda la manada, incluyendo, por supuesto, a los humanos.

Los mayores maestros han sido los propios pacientes, quienes me han mostrado el camino de la gran herramienta de estar presente. Son ellos quienes nos han enseñado (a mí, a sus tutores y a sus familias) la actitud de aceptación, la capacidad de adaptarse y la entrega total en el sentimiento de amor incondicional. Trabajar con ellos me ha permitido ser más sensible a las historias de las familias, prestar más atención a su entorno y encaminar la rehabilitación no sólo en el aspecto físico, sino también, abrir espacios para una sanación de la manada. Considero que, sin el desarrollo de estas habilidades, estos aprendizajes no hubieran llegado a mí y no tendrían el impacto qué hoy por hoy tienen en mi ejercicio profesional.