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Edición 29

“Mujeres de Grandes Lecciones”


 
 

DEL CORAZÓN DE LA SELVA DEL AMAZONAS A LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA




Angela Patricia Trujillo Yucuna

 

 


 

Yo nací en el Metá, un lugar hermoso al norte del departamento del Amazonas que no registra en el mapa, y que mi padre así bautizó porque fuimos los primeros en colonizar aquel lugar. Allí pasé los primeros nueve maravillosos años de mi vida, mismos que marcarían profundamente lo que vendría a ser de adulta.


Figura 1. De niña junto a mis padres y hermanos.Fuente: Ángela P. Trujillo Yucuna, archivo personal

Desde muy pequeña sentí una gran pasión por la ciencia; recuerdo que a los cinco años acompañaba a los biólogos e investigadores que iban al rancho a hacer sus tesis de grado, a recolectar muestras de agua, abrir contenidos estomacales, medir y pesar peces; todo eso me fascinaba, además que llegaban con instrumentos que para nosotros, los niños de la selva, eran muy extraños.

Con ellos conocí lo que era un microscopio y, a través de ese artefacto, todo un mundo nuevo se abrió ante mis ojos: seres diminutos (que jamás pensé que existían) nadaban en una gota de agua; los aradores o coloraditos, que son tan pequeños casi como una partícula de polvo, tenían pelos e inclusive otros organismos vivían sobre ellos.


Figura 2. Investigadores en nuestro rancho. Fuente: Ángela P. Trujillo Yucuna, archivo personal

Como éramos niños, con mis hermanos tomábamos muchas cosas como un juego: nos pinchábamos los dedos con espinas para extraer sangre que colocábamos al microscopio cuando los biólogos se iban de campo.

Muchos biólogos, antropólogos y botánicos pasaron por nuestro rancho y años después uno de ellos, el profesor Gabriel Pinilla de la Universidad Nacional de Colombia, vendría a ser también mi profesor. ¡Qué grandes sorpresas nos da la vida! Y qué bonito fue volverlo a encontrar.

Siempre supe que algo asombroso tendría que hacer con mi vida; nunca me gustó lo ordinario. Mi padre quizá no estuvo muy presente físicamente a lo largo de nuestras vidas, pero nos dejó algo maravilloso: el amor por el conocimiento; siempre nos impulsó a que debíamos ser mejores, que podíamos conquistar el mundo si así lo queríamos.

Mi historia de vida no es diferente a la de muchos colombianos; tuvimos que abandonar nuestro rancho debido a la guerrilla, y así fue como llegué a Leticia, la capital del departamento del Amazonas, a los 10 años de edad. Allí muchas cosas eran diferentes, pues aquello que en la selva considerábamos como un tesoro (pan, leche, dulces, etc.) era ahora algo cotidiano.

Un año después de nuestra llegada a Leticia, mis padres se separaron y me quedé sola con mi madre y mis hermanas mayores. Como la situación económica era muy difícil, fui llevada a un internado por la ribera del río Amazonas, y veía a mi madre y hermanos solo una vez al mes. Allí tuve muy buenos maestros, continué aprendiendo sobre ciencia y pensaba que en un futuro estudiaría biología.

Pasaron tres largos años en el internado y la situación económica de la familia mejoró un poco, por esto pude regresar de nuevo a Leticia. Dos años más tarde me gradué del bachillerato y un año después recibí la bienvenida a la Universidad Nacional a través del Programa PEAMA. Y sí pasé y escogí biología.

Así empezó una de las mejores etapas de mi vida; llegué a Bogotá, donde pasé miles de dificultades; por ejemplo, muchas veces no comía, y algunos de mis amigos y compañeros me daban la sopa de sus almuerzos.

Pese a tantas adversidades, en mi mente siempre estaba que no debía rendirme; así logré graduarme de la carrera de biología convirtiéndome entonces en la primera bióloga de la etnia Yucuna.

Hoy en día me desempeño en el Programa de Peligro Aviario y de fauna de la Aerocivil en el Aeropuerto Internacional Alfredo Vásquez Cobo de Leticia. Allí me encargo del monitoreo y control de la fauna existente en el aeropuerto, para disminuir el riesgo que supone para las operaciones aéreas.

Finalmente, mi mensaje para los miles de jóvenes de este país es que ni las condiciones económicas, sociales o culturales pueden impedir que alcancen sus sueños si se esfuerzan y creen firmemente en ellos.


Figura 3. Trabajando en el programa de Prevención del riesgo por peligro aviario para la Aerocivil. Fuente: Ángela P. Trujillo Yucuna, archivo personal

 

 

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